Un estado o condición presocial

Un estado o condición presocial

by Rodriguez Arturo -
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Alguna vez los humanos estuvieron en plena naturaleza, con y como el resto de esta, pero ya no estamos allí (ni podemos volver a eso).

El apartamiento de esa iniciación humana conjetural será muy lento (porque todo “progreso” cambia y/o añade cosas a los humanos), sujeto al azar, no uniforme, pero indefectible.

E irá acompañado de desigualdades, ya no meramente físicas y por eso, ahora sí, problemáticas (que para peor se consolidan), así como por corrupción o descomposición de cualidades que no han sido adecuadamente remplazadas o sustituidas.

El aislamiento individual originario ya no se preserva (pues el progreso nos aleja continuamente del estado primitivo) y con la sociedad de los humanos aparecen ventajas pero también, simultánea, inextricablemente, desfiguraciones (“hasta el punto de que apenas puede ser reconocida” como una misma humanidad).

Ocurren variaciones múltiples y diferentes, localizadas, en distintos momentos, que destruyen la uniformidad e igualdad originales:

“el primer origen de las diferencias que separan a los hombres, los cuales, por común testimonio, son naturalmente tan iguales entre sí como lo eran los animales de cada especie antes de que diferentes causas físicas introdujeran en algunas las variaciones que en ellas observamos. No es concebible, en efecto, que esos primeros cambios, de cualquier modo que hayan ocurrido, hayan mudado a la vez y de semejante manera a todos los individuos de la especie, sino que, habiéndose perfeccionado o degenerado unos, y habiendo adquirido cualidades diversas, buenas o malas, que no eran inherentes a su naturaleza, los otros permanecieron más tiempo en su estado original; y tal fue entre los hombres la fuente primera de la desigualdad”.

Es cierto que alguna vez el ser humano ya social estuvo más próximo de la naturaleza de lo que está el ser humano civilizado, que es artificial y para nada autónomo. Pero si hubo una época dorada de sociabilidad familiar, en pareja y con los hijos, ella también se transformó y continuó la acumulación indetenible de cambios, “comodidades” que nos atan y simultánea decadencia (respecto al vigor, autosuficiencia, independencia de los individuos originales de ambos sexos, cuya “naturaleza” ha cambiado).

Hubo humanos presociales (vigorosos, sanos, autónomos, solitarios, sin lenguaje ni razonamiento, pero provistos de amor de sí y piedad, que viven desparramados, con muy escasas, puntuales y simples necesidades, en la inmensidad de la tierra y con recursos suficientes para todos), cuya naturaleza los otros contractualistas jamás advirtieron (porque tomaron por “naturaleza humana” la de los habitantes de sociedades europeas del siglo XVII, en plena irrupción de lo que llamamos “capitalismo”, y a partir de esa hipótesis construyeron sus teorías y argumentaciones) y que jamás pudieron haberse comportado como propusieron Hobbes y Locke.

El amor de sí, ya lo dijimos, equivale a la autopreservación, al impulso por continuar vivos de todos los individuos, sobre lo que ya leyeron en los contractualistas anteriores.

En aquella situación que ahora nos descubre Rousseau por medio de “razonamientos hipotéticos y condicionales” (pero lo mismo habían hecho Hobbes y Locke) no hay motivo para la competencia ni pasiones conflictivas. La intuición de nuestro autor sobre una naturaleza humana originaria que se transforma por el paso de los siglos, que evoluciona o cambia, invalidaría la explicación de Hobbes y su argumentación a favor de la obediencia a la autoridad como única alternativa posible para los seres humanos en sociedad (ya “desnaturalizados” a ojos de Rousseau).

El que nos propone es un estadio de libertad, inocencia y sencillez, donde se vive al día cada día, sin previsión y sin estar bajo el dominio de nadie. Cada uno hace lo que desea.

Aunque no existan leyes no hay conflictos (la guerra requiere sociedad y Estados), la compasión evita que los humanos se hagan daño u obtengan satisfacción en el dolor ajeno (una inclinación humana no egoísta más amplia de la que proponía Locke, que solo nos obligaba a preservar a los demás seres humanos en la medida de lo posible, pues en Rousseau se extiende, se expande para comprender a “todos los seres vivos”, “sintientes”, no meramente a los que son de nuestra misma especie).

Si en el estado de naturaleza de Hobbes los humanos se comportaban con derecho a todo y no había definición universalmente válida de lo bueno ni de lo malo (solo buscaban placer y evitar el dolor), ni de lo mío ni de lo tuyo (usufructuaban meras posesiones), tampoco se las necesita para la vida natural originaria de los seres humanos en el cuadro que imagina Rousseau: bastan el amor de sí y la compasión para que evitemos ocasionar dolor a otros y nos conduzcamos sin multiplicar daños; no se requiere ni imagina entonces tampoco propiedad alguna, solo se consume lo que se necesita, cuando se necesita; ni son posibles conflictos duraderos y mortíferos, por lo que se vive en paz sin necesidad de reglas trascendentes de origen sobrehumano.

El amor de sí del hombre y la mujer originarios, si no se corrompen totalmente en amor propio (que mira al propio interés y beneficio, da lugar a la vanidad, etc.), jugará un papel importante para explicar algunas de las nociones que Rousseau presentará en su Contrato social. Pues ese amor inocente, si se expande para abarcar a los otros, quizá sea lo que posibilite la aparición de lo que este autor llama voluntad general.