Comentario (quizá) último

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de Rodriguez Arturo -
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Marx, que realizó una obra extensísima en su mayor parte inédita hasta el siglo XX, no desarrolló (incluso es discutible que lo intentara) una doctrina sistemática, unificada y coherente.

En ella pasará, en la segunda mitad del siglo XIX, a tener un peso abrumadoramente dominante (y acaso ordenador) su estudio de la economía capitalista, tanto histórico como teórico, a la vez de los procesos concretos y desde una muy alta abstracción. Adelanta ese propósito, y sus primeros hallazgos, en el “Prólogo” que leyeron, escrito en 1859.

Por casi treinta años más se ocupará en ello y dejó una enorme cantidad de apuntes y anotaciones en alemán, que recién se comenzaron a publicar después de la tercera década del siglo XX. Muchos otros textos influyentes de Marx fueron también publicados después de su muerte: los tomos II y III de El capital los editó y publicó Engels en 1885 y 1894, los escritos conocidos como Manuscritos económico-filosóficos y La ideología alemana recién se publicaron en 1932. La edición completa de las obras de Marx y Engels es (o al menos era hasta pocos años atrás) un trabajo todavía no terminado. Por esto, entre otros motivos, la comprensión acerca de la contribución teórica de Marx continúa cambiando (por ejemplo, a medida que se publican y traducen manuscritos previamente desconocidos).

Como seguramente ya descubrieron en todas las unidades del curso, la recepción de las obras nunca fue, ni es, unánime y, además, cada generación eventualmente agrega perspectivas y divergencias interpretativas. En el caso de su obra además, sumó discordias no solo la hostilidad de sus críticos sino el hecho de que pasara a ser fuente de inspiración (o referencia) para una serie de movimientos políticos (y además para buena parte de las ciencias sociales del pasado siglo), todos ellos a su vez con múltiples tendencias y orientaciones (en un grado incomparablemente mayor que las que eventualmente provocaron algunas de las lecturas previas, y no solo por su mayor cercanía histórica).

Como en los casos previos, nos ayudaría a comprender el sentido y propósito de sus escritos tener un cabal conocimiento de las circunstancias históricas en las que los escribió, con los conocimientos, experiencias y perspectivas que eran entonces posibles y pensables. Pero esa es una muy ardua tarea que no podremos nunca cumplir en un curso cuatrimestral.

Un sociólogo británico escribió tiempo atrás (y sigue vigente su opinión): “Es conocida la dificultad de saber qué es lo que constituye el marxismo, dificultad que ha aumentado notablemente con el crecimiento de las teorías marxistas y de tendencia marxista. No sólo existen diferencias entre los marxistas, sino que hay también cuestiones referentes a los criterios básicos que permiten que una teoría pueda ser identificada como marxista”.

Por nuestra parte nos preocuparemos solamente por hacer una atenta lectura de los dos textos, que Marx escribió, despreocupándonos de los desarrollos posteriores en diversos teóricos y políticos que se inspiraron en algunas de sus obras, se consideraron discípulos y continuadores suyos o sus adversarios. Y como en el caso de las lecturas previas de textos clásicos evitaremos también caer en la ingenuidad epistemológica de imaginarnos que un texto habla de forma unívoca, y que solo es posible una verdadera interpretación (lo que no quiere decir que cualquier afirmación sobre el contenido de sus textos tenga igual validez o no pueda ser probadamente incorrecta).

Es dable observar que para Marx, ya en el Manifiesto, historia, sociología, economía y ética aparecen inextricablemente ligadas, una concepción o perspectiva que continuará desarrollando en toda su obra posterior (y que puede complicarnos la comprensión hoy en día, dado que esa perspectiva integradora, muy presente en el sistema filosófico de Hegel, se ha hecho muy incomún, basta pensar en la creciente especialización disciplinaria de los estudios universitarios en la actualidad).

Todo manifiesto es un escrito mediante el cual se hace una declaración pública acerca de una doctrina, o propósitos o un programa, lo que cabalmente se proponen y logran hacer los autores del que deben leer.

Desde el comienzo irrumpe la aseveración de que la historia de todas las sociedades pasadas es la historia de la lucha de clases, definidas estas en términos de la relación de los individuos con los medios de producción (pero no de su autoimagen, o autocomprensión, o autoidentificación). El modo de producción burgués, que sustituyó y superó al feudal, según los autores, y que se internacionaliza en el siglo XIX, actúa como un gran simplificador en lo que respecta a las oposiciones de clase. 

En efecto, nos dicen, la sociedad moderna se está dividiendo, cada vez más, entre el proletariado (la clase trabajadora, que no posee nada más que su capacidad o fuerza de trabajo) y la burguesía (la clase capitalista, que posee los medios de producción y se apropia del capital). Para Marx, la propiedad privada que debería socializarse es la propiedad de los medios de producción; como veremos, nunca sugiere colectivizar los bienes de consumo de los individuos.

Si imaginaron que en el Manifiesto encontrarían solo comentarios hostiles al capitalismo, mucho les habrá sorprendido toparse con las grandes alabanzas de Marx y Engels a los cambios revolucionarios que trajo el modo de producción burgués, que destruyó al feudalismo y desarrolla un mercado mundial: “espoleada por dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero”.                                        .

El enorme desarrollo de las fuerzas de producción, de la capacidad de producir cosas, en el capitalismo es, precisamente, lo que sienta las bases para una sociedad socialista, que advendrá. Este es un gran contraste entre Marx y los socialistas utópicos, mucho de los cuales rechazaban la sociedad industrial.

Las relaciones de propiedad capitalistas, a juicio de los autores, han empero comenzado a actuar como un obstáculo para el desarrollo de esas mismas enormes fuerzas de producción, como se vería claramente durante las crisis comerciales (se producen demasiados bienes, que no se pueden vender si no se encuentran nuevos mercados, lo que lleva a su destrucción, y la de muchos medios de producción, hasta que se restablezca la rentabilidad). Las crisis serán cada vez mayores y peores. Esto se debe a que las relaciones de producción burguesas constriñen, limitan a las fuerzas productivas, obstaculizan su desarrollo.

La clase que sufre los efectos tanto del próspero capitalismo como de sus crisis es el proletariado, la “clase de los obreros modernos” cuyo trabajo ha perdido “todo atractivo”, transformándolos individualmente en meras mercancías que son “apéndices de las máquinas”, que realizan operaciones sencillas y monótonas, a una velocidad cada vez mayor, en prolongadas jornadas de trabajo y por un sueldo de subsistencia (ambos autores fueron directos testigos de la primera revolución industrial en su lugar de origen: Inglaterra). Pero el capitalismo, por otra parte, reúne cada vez más a los trabajadores (“los concentra en masas considerables”), les da medios para organizarse contra él y, también, les proporciona un grupo de ideólogos burgueses (como lo fueron Marx y Engels) que se acercan al proletariado, llevando consigo su comprensión de la historia: “el progreso de la industria precipita a la filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante … [que]… aportan al proletariado numerosos elementos de educación”.

 

Para Marx el agente del proyecto socialista era el proletariado (“una clase verdaderamente revolucionaria”), la clase más numerosa de la sociedad (de ahí que su asunción del poder sea llamada “conquista de la democracia”, “un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría”), y su beneficiario toda la humanidad (aunque cada proletariado debe acabar con cada burguesía a nivel de cada país pues esa lucha es, por su forma, “primeramente una lucha nacional”). 

Justifican el empleo de la violencia (tengan presente que el Manifiesto apenas antecederá en un mes a las revoluciones sociales de 1848 y se escribió en circunstancias en las que la democracia no existía en ningún país y la participación electoral, donde era posible, estaba limitada a una pequeña minoría de varones) para terminar con la violencia del sistema y para poder establecer un nuevo tipo de sociedad que, al no basarse ya en el conflicto, en los antagonismos sociales entre clases, no necesitaría nunca más hacer uso de la violencia (por tanto del Estado).

Marx propone un proyecto radicalmente nuevo de sociedad (basado en la apropiación social, ya no individual, de la producción social que es el capital: “un producto colectivo”, “una fuerza social”)[1] y plantea los cambios sociales como un proceso de desarrollo y superación, a partir de la propia realidad de aquel momento histórico: “Los proletarios no pueden apoderarse de las fuerzas productivas sociales sino aboliendo el modo de apropiación que les atañe particularmente”.

Es, como advirtieron desde el comienzo, un modo de producción y apropiación “basado en el antagonismo de clase” y en la explotación por lo que en las sociedades modernas hay “una guerra civil más o menos oculta”. En cuanto al Estado, los autores en el Manifiesto escriben: “El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”.

 

Suele decirse que Marx hizo una síntesis de la filosofía alemana, la teoría política revolucionaria francesa y la economía política inglesa (tres de sus territorios de vida), adoptando una posición crítica y actitud radicales frente a las sociedades europeas de su época y en la luchas sociales, promoviendo (teóricamente en sus estudios y prácticamente desde las Internacionales obreras) que se llevara a cabo un cambio profundo en la sociedad.

Algunos interpretaron sus planteos como los de quien adhiere al determinismo económico (lo que lo lleva a valorar negativamente, o como factores secundarios y superestructurales, al Derecho y al Estado). Sin embargo, otorga una gran importancia práctica al logro de las libertades burguesas por los proletarios, así como a que estos se apoderen del poder político. Ambos son medios para alcanzar el objetivo de la revolución proletaria: acabar con los conflictos de clase y realizar el comunismo (el fin último).

 Los derechos que han surgido en el seno de la sociedad burguesa (limitados, mayormente usufructuados por la burguesía) podrían ser utilizados para acabar con el sistema social de la burguesía. Esa es la función de los obreros modernos: empuñar las armas con las que sepultarán las últimas sociedades de clases de la historia.

En el Manifiesto, efectivamente, las instancias políticas, jurídicas e ideológicas aparecen en un lugar muy subordinado con respecto a las estructuras económicas, que se presentan como sus causas. El problema fundamental, para Marx y Engels en el Manifiesto, es la abolición de las relaciones de producción burguesas (capitalistas). La supresión del Estado la ven, simplemente, como una consecuencia de lo anterior.

 

Para Marx, se trataba de acabar con la propiedad privada de los medios de producción que era lo que generaba el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado, lo que hacía posible la explotación del trabajo ajeno, pero no con “la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, actividad e independencia individual”.

Su crítica a la propiedad se efectuaba a partir del derecho de todos los hombres a una propiedad, la de los medios de producción, que es social en el origen y que ha sido apropiada por pocos: la burguesía. El derecho de propiedad privada burgués era incompatible con la igualdad entre los hombres, y por eso debía abolirse: “En la sociedad burguesa el trabajo viviente no es más que un medio de acrecentar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la existencia de los trabajadores. En la sociedad burguesa el pasado domina al presente. En la sociedad comunista el presente domina al pasado. […]  En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja está sometido y despersonalizado. ¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo que la burguesía considera como la abolición de la individualidad y de la libertad!

En ese proceso se invierte una situación irracional: pocos se apropian de lo que es de todos, el producto de la acción de todos adquiere personalidad y las personas (quienes lo hacen posible) la pierden, ese producto aparece como liberado e independiente de sus autores mientras los autores carecen de libertad.  

Por eso, Marx no consideraba que el comunismo fuera incompatible con la libertad, muy por el contrario sería quien posibilitaría la verdadera libertad (pues esta no era compatible con la existencia del Estado ni de la sociedad burguesa). La libertad estaba necesariamente asociada con la abolición de la propiedad privada del capital: tanto la igualdad como la libertad son incompatibles con la propiedad privada burguesa.

En las condiciones de la “producción burguesa”, que eran las de su tiempo, por libertad “se entiende la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender”, inclusive la de transformar a los trabajadores en mercancías. Cuando se sustituya la sociedad burguesa “surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”.

Pero para ello se requiere previamente que, habiendo desaparecido las diferencias y antagonismos de clase, “se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, [por lo que] el poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra”.

 

¿Pueden ser inadecuados muchos de los conceptos básicos de Marx para explicar aspectos centrales de las sociedades capitalistas actuales, casi 200 años después de la redacción del Manifiesto? ¿No podemos acaso reconocer aspectos de su narración, que suenan asombrosamente anticipatorios?

 

Por último, seguramente muchos de ustedes ya habrán detectado semejanzas o acercamientos entre las opiniones de estos autores y pasajes o consideraciones que leyeron en algunos (muchos más que en uno) de los textos y autores previos.

 



[1] De ahí que sostenga que “cuando el capital sea transformado en propiedad común, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es una propiedad personal que se cambia en propiedad social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Perderá su carácter de clase”.