En el Discurso... Rousseau escribió:
“He tratado de exponer el origen y el progreso de la desigualdad, el establecimiento y el abuso de las sociedades políticas, hasta donde tales cosas pueden deducirse de la naturaleza del hombre con las solas luces de la razón, e independientemente de los dogmas sagrados que dan a la autoridad soberana la sanción del derecho divino. Dedúcese de esta exposición que la desigualdad, que es casi nula en el estado de naturaleza, saca su fuerza y su acrecentamiento del desarrollo de nuestras facultades y de los progresos del espíritu humano y se hace finalmente estable y legítima mediante el establecimiento de la propiedad y de las leyes”.
En efecto, para Rousseau, según escribe en la segunda parte de su Discurso sobre los orígenes y fundamentos de la desigualdad entre los hombres, la autoridad política es un ardid de los ricos.
Es decir que no fue producto de un pacto entre iguales, ni de la victoria de los más fuertes sobre los más débiles, sino que el primer pacto social fue fraudulento: los ricos dominaron y engañaron a los pobres. Este pacto engañoso consolida la desigualdad económica, dado que al pactar para construir un Estado y vivir con leyes son los ricos quienes se aseguran sus posesiones y los pobres, en cambio, permanecen con lo poco o nada que tienen. Pero los pobres, no previendo las consecuencias, estuvieron dispuestos a consentir en tener leyes y autoridad política creyendo que así sería posible remediar los conflictos y la inseguridad de una sociedad agrícola sin gobierno.
Sobre el final de ese Discurso ... Rousseau afirma que a lo largo del proceso civilizatorio, según observa desde una metrópolis europea de mediados del siglo XVIII, se ha cerrado un círculo (dado que la perfectibilidad humana, que no puede contenerse ni dar marcha atrás, corre paralela con la alienación, que nos hace heterónomos, aduladores, serviles e indiferentes ante el sufrimiento ajeno): la humanidad empezó en el estado de naturaleza (el primero de los cuatro estadios culturales anteriores a la sociedad civil), en el que todos sus miembros eran iguales. Y llega finalmente al estadio máximo de desigualdad (del que el autor es testigo), en el que todas las personas vuelven a ser iguales porque no son nada y ya no hay ley salvo la del amo, quien no tiene más regla que sus pasiones: “Las nociones del bien y los principios de la justicia [que surgieron con el pacto que dio origen al gobierno] se desvanecen de nuevo. Aquí es donde todo vuelve a [...] un nuevo estado de naturaleza, diferente de aquel por el que hemos comenzado en que uno era el estado natural en su pureza y este último es el fruto de un exceso de corrupción”.