El irlandés Óscar Wilde (1854-1900) escribió, no sin ingenio, que “Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno de ser observado, pues ignora el único territorio en el que la humanidad siempre atraca, partiendo enseguida hacia otra tierra aún mejor”.
No olviden que Moro termina su libro diciendo:
“no puedo asentir a todo cuanto me expuso este docto varón, entendido en estas materias y buen conocedor de los hombres. También diré que existen en la república de los utopianos muchas cosas que quisiera ver impuestas en nuestras ciudades. Pero que no espero lo sean”.
Esa reserva de se opinión distingue entre deseo y esperanza. ¿Cuál sería la opinión de autor (que se nos presenta como mero transcriptor o escribiente)?
No parece ser Utopía meramente un ensayo evangélico, ni platónico, ni socialista (una vinculación totalmente extemporánea, el socialismo es una ideología que se originó en el siglo XIX), ni fantasía especulativa sin arraigo ni propósito, pero quizá sí un documento de una cultura humanista que aspiraba a sacar a los hombres y sus sociedades de la bestialidad y a no confundir el derecho con la fuerza (que en El príncipe están estrechamente imbricados).
De ahí, también, el modelo de una sociedad no igualitaria (seguramente lo notaron), pero sí muchísimo más igualitaria de aquellas que un europeo del siglo XVI tenía a la vista, que se ocupaba de todos sus miembros y que, también en comparación con las sociedades de aquel tiempo, era tolerante (particularmente en lo que respecta a la religión de cada uno). Una comunidad (que solo Hitlodeo habitó) donde se colaboraba en el trabajo y en el ocio, donde a nadie le faltaba lo necesario sin que fuera necesaria la propiedad y en la que el oro era tan despreciado como el lujo y la ostentación.
Sabemos que el
serio ludere (juego serio) divertía al
núcleo disperso de humanistas cristianos al que Moro se integró como una figura
muy destacada. En efecto, mucho hay de juego (pero muy serio) en su invención
literaria, que no renuncia nunca al humor, la ironía, las invenciones lingüísticas paradójicas, al sinsentido y los guiños hacia sus
amigos humanistas.
La propia ambivalencia de Moro (nunca sabremos con seguridad cuál fue su opinión sobre las instituciones acerca de las que nos narra) es también parte de la disposición humorística de su escrito, que compartieron en su idealismo otros humanistas contemporáneos suyos.
Se trata de algo muy serio, pero a la vez de un juego inteligente (que nos oculta el lugar donde tuvo lugar y tampoco deja suficientemente claro el juicio último de quienes escucharon la narración de Hitlodeo ni de quien la transcribió o imaginó).