Es verdad que Maquiavelo cree que la administración del temor (que depende de uno) es más segura en tiempos difíciles para mantener leales a los gobernados que la confianza en el amor que te puedan tener.
También es cierto que siempre dice que el príncipe debe evitar el odio de los gobernados, o de los más o muchos y el de los más poderosos.
Del pueblo dice Maquiavelo muchas cosas.
A lo largo de la breve obrita hay muchas referencias al pueblo y de la lectura de ellas, o de la mayoría de ellas, se puede concluir que Maquiavelo muestra más desafecto por los nobles o la aristocracia que por el “pueblo”. Sobre todo, Maquiavelo aconseja al Príncipe prestar particular atención (y tener cuidado) de esas minorías que pueden aspirar al poder y provocar descontento o unirse para desplazarlo.
Porque el pueblo, en la concepción y descripción de Maquiavelo, se contenta con no ser excesivamente oprimido y no es capaz y/o propenso a la fronda y la rebelión contra los gobernantes.
Estas dos últimas actitudes, peligrosas para el príncipe, son más probables entre la minoría aristocrática y noble, de la que salen quienes pueden llegar a gobernar y donde muchos aspiran a ello. Entonces, bien hace el Príncipe en precaverse de esas minorías más que de los riesgos que pudieran originarse en el pueblo.
Porque Maquiavelo no ve al pueblo como alguien que pueda gobernarse: esa facultad pertenece a individuos que surgen e integran, en la inmensa mayoría de los casos, la minoría aristocrática de las sociedades.
Es cierto que Maquiavelo dice algunas cosas bellas del “pueblo”, pero se trata sobre todo de su capacidad de dar continuidad a la vida y a las funciones necesarias para el mantenimiento de la sociedad, no de lo directamente relacionado con el gobierno. El pueblo acepta o se resigna a las disposiciones del gobernante, dependerá de la habilidad de este el contentarlo. No es el agente de la transformación histórica, al menos no lo es en el plano del poder político.
Maquiavelo fue un hombre del Renacimiento, sobre todo atento al efecto histórico de los “grandes hombres”, y vivió y escribió en sociedades plenamente aristocráticas, muy distantes y distintas de las que, muchos siglos después, generalizaron concepciones igualitaristas y democráticas.
En realidad, Maquiavelo no omite señalar que el pueblo es fácilmente engañable, pues la mayoría es necia, cree en las apariencias y carece de la instrucción y disciplina intelectual necesaria para descubrir lo que se oculta detrás de las declaraciones y actos públicos de los gobernantes. El pueblo es conducido, no conductor.
Tampoco debe pasarse por alto que sería plenamente anacrónico suponer que con el término pueblo (que es un término, como tantos, relativo, cuyo significado cambia en la historia y según las circunstancias e intereses) Maquiavelo estuviera refiriéndose al conjunto de todos los miembros no aristocráticos de la sociedad de su época porque, al menos en el plano de la participación política, inclusive las más amplias experiencias de participación de su época (y previas) no admitían sino a más o menos amplias minorías en la discusión o resolución de los asuntos públicos.
Por tanto, podemos presumir que al usar el término pueblo, que es un conjunto receptor de las resoluciones del gobernante y en lo esencial pasivo, como dije, Maquiavelo no está pensando tampoco en todos y cada uno de los vecinos de su ciudad y entorno, sino en una minoría mayor, probablemente la de los que integraban cuerpos de artesanos o corporaciones.
En Florencia, de acuerdo a los registros catastrales existentes, de mediados del siglo XV, al menos la mitad de los hogares estaba compuesto por pobres casi sin ninguna propiedad y que, por tanto, pagaban una minúscula suma de impuestos (y cabe presumir que muchos no tendrían propiedad alguna o escapaban a los registros catastrales).
De acuerdo a lo que he leído, de 10.363 hogares solo unos 1.600 podrían considerarse de ingresos medios (integrados por artesanos, comerciantes con local propio o vendedores de otro tipo, etc.), esto es el 18% de los hogares de Florencia. Los ricos no eran más del 2,8% de los hogares y los realmente muy, muy ricos no más de 11 familias (0,1% de los hogares). La actividad política, en lo esencial, se limitaba a ese 23% de hogares y los cargos decisivos recaían en el 3% (Nordberg, 1993: 55).
En los hechos, esa ciudad fue gobernada por un grupo de grandes, poderosas familias (cada una de ellas con redes clientelísticas) y, durante décadas, aún por miembros de una sola de ellas, la de los Médicis.
Inclusive en tiempos republicanos, los gobernantes de Florencia se elegían entre un grupo restringido de personas, puesto que integrarse a sus Consejos solo era posible para los pretendientes que cumplían con condiciones que eran inalcanzables para la inmensa mayoría de sus habitantes (de edad, de antecedentes, de capacidad imponible, de género, etc.) .
Siendo Florencia, como era entonces, uno de los principales centros de actividad artesanal, comercial, financiera y cultural de Europa y, al menos a mediados del siglo XV, una de las primeras metrópolis (con alrededor de 50 mil habitantes), no por ello dejaba de ser, a todas luces (¿habremos dejado de serlo en las sociedades de hoy en día?), una sociedad, presumible y comparativamente, cohesionada pero jerárquica, dominada por los ricos y poderosos, con grandes disparidades entre los hogares y personas, con distintas tradiciones (vinculadas a la pertenencia social de la persona y/o de su hogar) de pertenencia a gremios, parroquias, sistemas de patronazgo y redes familiares y de amistad, que eran las que permitían los diversos modos de integración y participación de sus habitantes y les facilitaban o no la subsistencia.
No se trató entonces, ni siquiera en su período republicano (en el que había elecciones regulares y cargos públicos a ocupar por períodos de tiempo limitados), de una democracia (ni en el sentido antiguo del término ni en el de hoy), por tanto, ni se daba allí una forma de poder popular mayoritario que oprima a los ricos y/o beneficie a los pobres (una tiranía del populacho o bajo pueblo), ni se trataba tampoco de posibilitar la participación política de todos los habitantes (que cumplan ciertas condiciones, pero con independencia de la riqueza, o de la eventual condición de ser propietarios o no, o de ser o no integrantes de un gremio, o del sexo o etnia).
También es cierto que Maquiavelo dice que el pueblo acostumbrado a la vida republicana y libertad es difícil de someter, pues recuerda sus leyes y aquella experiencia de libertad política. Pero es dable suponer que está pensando, también en este caso, en esa minoría mayor que se preocupa más o menos activamente por la cosa pública, que tiene intereses que defender y que puede planear acciones de resistencia, quizá movilizando a otros y agitando entre la multitud. Siempre, en Maquiavelo, la acción es obra de individualidades algo excepcionales.
En resumen, no recuerdo en El príncipe una frase que diga que el pueblo no debe someterse a la autoridad del príncipe, aunque hay muchos consejos para este último respecto a cómo tratar al pueblo, que quiere no ser molestado en exceso y nunca gobernar directamente.
Sí es cierto que puede sostenerse que un lector común de la obra (¿pero era dable esperar que los hubiera?) podría sentir rechazo por el ejercicio del poder gubernamental al leerla y que podría, por tanto, funcionar como una advertencia para esa mayoría que no aspira al poder, que desea ser lo menos mortificada que posible sea.