Todos seguramente advirtieron que el Manifiesto está organizado, sin contar los pocos párrafos iniciales, en cuatro partes o secciones con diverso contenido y extensión.
La primera (I) considera el conflicto de clases propio del modo de producción burgués (que describe y cuyas consecuencias constata) y es la más extensa; la segunda (II) la relación de proletarios y comunistas (y de las circunstancias de la lucha de clases en ese momento), la tercera (III) -de una extensión quizá hoy poco entendible- de otras corrientes socialistas y comunistas y la cuarta (IV) y última, muy breve, de la posición de los comunistas frente a otros partidos.
Al comentar los autores la “Literatura socialista y comunista” procuran distinguir su propuesta, la del Manifiesto, de otras corrientes críticas respecto de la sociedad burguesa moderna.
Allí se menciona un socialismo reaccionario (que querría hacer retroceder la historia, y ustedes saben que los redactores del Manifiesto sostuvieron que era posible conocer el movimiento de la historia, cuyo progreso aspiraban a acelerar o, por lo menos, a no retrasar), otro conservador y un tercero crítico-utópico.
De todos ellos se diferenciaría la propuesta del Partido Comunista, esto es la tendencia ideológica y organización para la que redactaron su manifiesto.
Con el nombre “socialismo feudal” denominan a la crítica aristocrática de la nueva sociedad burguesa, que atribuyen a los sectores sociales o clases predominantes del modo de producción previo, ya desplazadas por “advenedizos”: la más reciente y ahora triunfante burguesía.
Imposibilitados de restituir lo superado, se ocupan ahora de hacer una crítica meramente literaria del nuevo orden, aunque, de acuerdo a Marx y Engels, se encuentran en la más “completa incapacidad para entender la marcha de la historia moderna”. Esa crítica puede ser muy dura, aparenta hacerse a favor o en interés “de la clase trabajadora explotada”, pero es “mitad elegía […] mitad eco del pasado”. Esto es, los motiva la añoranza de los privilegios perdidos, denuncian lo nuevo pues son hostiles a lo que este modo de producción hará posible: la emancipación de la humanidad por medio del proletariado.
Lo formulan miembros de la aristocracia tradicional, de los terratenientes, también acompañados por un “socialismo clerical”, con “barniz socialista”, que “bendice el enojo del aristócrata”. Clases derrocadas por la burguesía y cuyo papel social y/o condiciones de vida cambiaron (habían sido, en cambio, las dominantes en el orden feudal precedente).
Otra crítica, a menudo aguda, proviene de la pequeña burguesía en la sociedad moderna, pero también esta aspira a “restablecer los viejos medios de producción y tráfico” y/o a congelar “las viejas relaciones de producción”.
Ambos grupos formulan una crítica reaccionaria (que se opone a lo nuevo) y, también, utópica (por irrealizable).
Y así continúan, analizando la oposición y crítica del modo de producción burgués formulada por diversos actores y sectores en los principales países de Europa. Califican como “socialismo conservador” el que quiere enmendar los males o injusticias sociales pero no pretende superar la sociedad burguesa sino asegurar su pervivencia.
Y por último se ocupan de socialistas y comunistas “utópicos”, que imaginan planes alternativos de sociedad sin acompañarlos de una adecuada acción política, sin comprender el papel de los proletarios (salvo como víctimas), sin disposición revolucionaria. No entienden la lucha de clase pero atacan los fundamentos vigentes de la sociedad, apelando a la buena voluntad de todos para superarlos e imaginan que podrán concretar (e incluso lo intentan) sus experimentos de innovación social con el apoyo de la clase dominante.
En cambio los comunistas organizan políticamente a los trabajadores (o contribuyen a eso), apoyan “en todas partes el movimiento revolucionario”, denunciando la propiedad privada del capital, aspiran a la unión de “los partidos democráticos de todos los países” y creen que sus fines solo podrán alcanzarse mediante el “violento derrumbe de todo el orden social”.
Sabemos que las condiciones de nacimiento del Manifiesto fueron muy modestas y hasta precarias, que durante décadas quedó olvidado, pero también sabemos que adquiriría después, y al menos durante todo un siglo, un enorme impacto, transformándose en una de las más famosas obras de propaganda política de la historia.