Rousseau es un contractualista en las antípodas de Locke, que sostiene que la desigualdad acrecentada durante el proceso civilizatorio destruye la libertad y corrompe a la humanidad.
El estado de guerra hobbeseano, por otra parte, es, para Rousseau, el propio de la vida social civilizada de su siglo, que hace “a todos los hombres competidores, rivales, o mejor enemigos” (pero jamás la situación del hombre originario).
Ya se dijo que, tiempo después (en 1762), se propuso formular remedios que permitieran revertir los efectos corruptores y desigualadores del proceso civilizatorio.
Y esos remedios tuvieron dos vertientes, una pedagógica, a nivel individual, en el Emilio, y otra colectiva y social, a nivel político, en el Contrato social.