Hobbes, la igualdad, la libertad, la autoridad

Hobbes, la igualdad, la libertad, la autoridad

de Rodriguez Arturo -
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Hobbes
, escribiendo en una época y sociedad donde la igualdad era denegada y hasta inconcebible (más allá del discurso religioso que la enunciaba en tanto todos eran hijos de Dios), dado que las sociedades europeas eran estamentales y rígidamente estratificadas, sostuvo que no hay diferencias tales entre los individuos humanos como para que se cree un sistema “natural” estable de predominio y dominación (contra la concepción aristotélica, y la que subyace a los regímenes nobiliarios que eran los de su propio siglo, no hay para Hobbes hombres que nazcan para mandar y otros que nazcan para obedecer). Pero no afirmó ninguna igualación estricta entre individuos, simplemente que las diferencias no tenían tal grado que aseguraran el predominio definitivo de algunos.

En efecto, sostiene Hobbes, los hombres son mucho más iguales en facultades de cuerpo y espíritu de lo admitido. La igualdad más importante es la igual capacidad de todos los hombres para matarse unos a otros, lo que es importantísimo porque la preocupación principal de los hombres, según escribe, es su propia conservación.  Ya sabemos que el miedo a la muerte violenta es la más poderosa de las pasiones, aquella que puede ayudarnos a escapar de la intemperie (del “estado de naturaleza”) y acordar en constituir un Estado y asignarle una voluntad.

La igualdad de capacidad, arguye, conduce a igualdad de expectativas y a la competencia entre todos los hombres que desean las mismas cosas, de ahí que la enemistad natural (hombres asociales fueron su punto de partida) se vea intensificada por la desconfianza que los hombres sin gobierno sienten entre sí cuando imaginan cómo a cada uno de ellos le gustaría privar a todos los demás de los bienes que tienen (incluso de la vida), por lo que siempre están pensando en modos de subyugar a todos los demás para que no quede ningún poder capaz de amenazar su seguridad.

En contra de lo que se dice “en los libros de los viejos filósofos moralistas”, afirma Hobbes, la felicidad es un continuo paso de los deseos de un objeto a otro, que solo se interrumpe con la muerte. Por consiguiente, las acciones e inclinaciones voluntarias de todos los hombres tienden no solamente a procurarles sino también asegurarles una vida feliz. “De este modo señalo”, dice Hobbes, “en primer lugar, como inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder tras poder, que cesa solamente con la muerte”. Una situación que justificaría la guerra preventiva, de la que seguramente escuchan hoy hablar en las noticias y la propaganda.

 

¿Cómo define Hobbes la libertad en el libro? Este término es uno de los que, a través de su nada breve historia, motivó más enconados desacuerdos y ha acumulado considerable polisemia.

En un ensayo sobre la sociogénesis de la libertad, criticando las limitaciones o deformaciones histórico-interpretativas que, a su juicio, derivaban de la Historia de las ideas, el fallecido sociólogo Zygmunt Bauman (1925-2017) escribió:

La aparente unidad del discurso en el tiempo, ilusión generada por el enfoque de la "historia de las ideas", se disipa en una serie de discontinuidades sólo parcialmente encubiertas por la memoria histórica institucionalizada. Lo que se revela entonces es que, más que un despliegue gradual del significado pleno de la idea a partir de su forma embrionaria, la historia de la libertad es un puente tendido entre una amplia variedad de figuraciones sociales, con sus conflictos y luchas de poder específicos”.

Pero aún sin reconstruir la sociogénesis basta, sospechamos, la lectura de las obras que hasta ahora han tenido que hacer para este curso para permitirles advertir distintos contenidos a los que tal palabra ha sido asociada.

Maquiavelo y Moro, con desigual insistencia, la vinculan a la república, al tipo de sociedad y experiencia colectiva que tal forma de gobernarse conlleva y produce.

Maquiavelo en grado sumo, y Moro según le cuenta Hitlodeo que hacían los utopianos, la relacionan con la preservación del autogobierno e independencia de una entidad política (los gobiernos independientes de las ciudades de la península en el final de la Edad Media y comienzos de la época moderna; la entera institucionalidad de la isla Utopía en el relato del marino portugués). Al hacerlo eran continuadores de una tradición antigua, acerca de la cual el propio Hobbes nos informa:

La libertad, de la cual se hace mención tan frecuente y honrosa en las historias y en la filosofía de los antiguos griegos y romanos, y en los escritos y discursos de quienes de ellos han recibido toda su educación en materia de política, no es la libertad de los hombres particulares, sino la libertad del Estado […] Atenienses y romanos eran libres, es decir, Estados libres: no en el sentido de que cada hombre en particular tuviese libertad para oponerse a los propios representantes, sino en el de que sus representantes tuvieran la libertad de resistir o invadir a otro pueblo. En las torres de la ciudad de Luca está inscrita, actualmente, en grandes caracteres, la palabra LIBERTAS; sin embargo, nadie puede inferir de ello que un hombre particular tenga más libertad o inmunidad, por sus servicios al Estado, en esa ciudad que en Constantinopla. Tanto si el Estado es monárquico como si es popular, la libertad es siempre la misma”.

El escritor y político francés Benjamin Constant (1767-1830) hará célebre, en un discurso de 1819 en que reflexiona sobre el impacto de la revolución en su país, la siguiente distinción entre la libertad de los antiguos y la de los modernos: “En primer lugar, pregúntense ustedes, señores, lo que hoy en día entiende por la palabra libertad, un inglés, un francés, un estadounidense. Para cada uno de ellos consiste en el derecho de no someterse sino a las leyes, de no ser ni arrestado, ni detenido, ni ejecutado, ni maltratado de ninguna manera, a causa de la voluntad arbitraria de uno o varios individuos. Es para cada uno de ellos el derecho de decir su opinión, de elegir una profesión y ejercerla, de disponer de su propiedad, incluso abusando de ella; de ir, de venir sin permiso y sin dar explicación de sus motivos o de sus procederes. Es para cada uno de ellos el derecho de reunirse con otros individuos, ya sea para compartir sus intereses o profesar el culto que él y sus asociados prefieran, ya sea simplemente para colmar sus días o sus horas de la manera más acorde a sus inclinaciones, a sus fantasías. […] Ahora comparen esta libertad con la de los antiguos. Ésta consiste en ejercer colectiva y, en particular, directamente varias partes de la soberanía, en deliberar en la plaza pública a propósito de la guerra y de la paz, en firmar con los extranjeros tratados de alianza, en votar las leyes, en pronunciar sentencias, en examinar las finanzas, los actos, la gestión de los funcionarios, en hacerlos comparecer ante el pueblo entero, en imputarlos, en condenarlos o en absolverlos; pero al mismo tiempo que era eso lo que los antiguos llamaban libertad, admitían como compatible con esta libertad colectiva la subordinación absoluta del individuo a la autoridad del todo”.

 

Pero en Leviatán Hobbes procura dar un sentido bien definido al uso propio del término libertad (y sabemos cuánto le importaba la precisión en el uso del idioma, que por sí sola podría evitar o deshacer discordias), aplicable a cuerpos: “LIBERTAD significa, propiamente hablando, la ausencia de oposición (por oposición significo impedimentos externos al movimiento); puede aplicarse tanto a las criaturas irracionales e inanimadas como a las racionales. Cualquiera cosa que esté ligada o envuelta de tal modo que no pueda moverse sino dentro de un cierto espacio, determinado por la oposición de algún cuerpo externo, decimos que no tiene libertad para ir más lejos”.

Esta definición, que la asocia a ausencia de impedimentos para el movimiento de que un individuo sería naturalmente capaz, pasará a ser el meollo de lo que (no sin desacuerdos) suele denominarse como libertad negativa (esa denominación la usó el filósofo e historiador de las ideas Isaiah Berlin (1909-1997) en un influyente ensayo de 1958 (Dos conceptos de libertad), donde lo consideró como el significado más común del término (pues será predominante en el liberalismo desde el siglo XIX al presente):

Normalmente se dice que yo soy libre en la medida en que ningún hombre ni ningún grupo de hombres interfieren en mi actividad. En este sentido la libertad política es, simplemente, el ámbito en que un hombre puede actuar sin ser obstaculizado por otros. Yo no soy libre en la medida en que otros me impiden hacer lo que yo podría hacer si no me lo impidieran; y si, a consecuencia de lo que me hagan otros hombres, este ámbito de mi actividad se contrae hasta un cierto límite mínimo, puede decirse que estoy coaccionado o, quizá, oprimido. Sin embargo, el término coacción no se aplica a toda forma de incapacidad”.

Y en ese ensayo lo diferenciaba de una libertad positiva, descrita como:

El sentido «positivo» de la palabra «libertad» se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio dueño. Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean éstas del tipo que sean. Quiero ser el instrumento de mí mismo y no de los actos de voluntad de otros hombres. Quiero ser sujeto no objeto, ser movido por razones y por propósito conscientes que son míos, y no por causas que me afectan, por así decirlo, desde fuera. Quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser movido por la naturaleza exterior o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de representar un papel humano; es decir, concebir fines y medios propios y realizarlos. Esto es, por lo menos, parte de lo que quiero decir cuando digo que soy racional y que mi razón es lo que me distingue como ser humano del resto del mundo”.

Esta concepción alternativa podría estar próxima de la de Maquiavelo y los utopianos. Algunos intérpretes actuales sostendrán que solo la participación y pertenencia en una comunidad política autónoma crea condiciones de libertad para sus miembros, esto es que solo podría haber libertad personal en comunidades autárquicas y en cuyo gobierno se participa, como sería característico de los republicanismos (contra los que reacciona Hobbes).

Nuestra autoconservación es lo que todos los humanos procuramos mientras estemos con vida (para Hobbes nadie puede voluntariamente querer sufrir y morir), en ella se funda nuestros derecho a todo y la libertad del estado de naturaleza, con la consecuencia de la enemistad entre todos, que solo puede conducirnos a una muerte violenta. La vida pacífica de los seres humanos en libertad natural es imposible, de ahí la necesidad de crear el Estado y acordar, mediante convenio, restricciones a nuestros movimientos (las ataduras o cadenas que son las leyes). Para preservar la vida (y gozar del bienestar al que aspiramos) tenemos que someternos y reducir la libertad natural.

Por tanto, una vez instituido el Estado, dependerá la libertad del margen que las leyes dejen a nuestras acciones. La garantía y protección que nos brinda el Estado (que activamente procuramos y con quien debemos colaborar) implica una reducción (nunca sabremos cuán grande) de nuestra libertad natural pues ahora nos sometemos a un soberano (una voluntad común artificial).

Solo el Estado será tan libre como lo son los individuos en el estado de naturaleza, pero estará también sujeto a los enormes riesgos de los individuos en aquel estado del que es prudente salir.

Reitero, para Hobbes en Leviatán las restricciones de la libertad solo pueden ser externas (nunca interiores o debidas a limitaciones íntimas: “es un HOMBRE LIBRE quien en aquellas cosas de que es capaz por su fuerza y por su ingenio, no está obstaculizado para hacer lo que desea”).  

Ya sabemos que, incluso porque esto lo requiere toda su construcción teórica, la libertad y el temor son compatibles: “un hombre paga a veces su deuda sólo por temor a la cárcel, y sin embargo, como nadie le impedía abstenerse de hacerlo, semejante acción es la de un hombre en libertad. Generalmente todos los actos que los hombres realizan en los Estados, por temor a la ley, son actos cuyos agentes tenían libertad para dejar de hacerlos”.

Puede resultarnos más difícil acompañarlo cuando compatibiliza libertad y necesidad, pero esto evidencia cierta estrategia hobbesiana para no revelar (ya eran bastante problemáticos en aquel tiempo su materialismo y su epicureísmo) su convicciones metafísicas (eventualmente deterministas), limitándose a argumentar en Leviatán para su “actual propósito, respecto de esa libertad natural que es la única que propiamente puede llamarse libertad”.

Como escribe: “sucede en las acciones que voluntariamente realizan los hombres, las cuales, como proceden de su voluntad, proceden de la libertad, e incluso como cada acto de la voluntad humana y cada deseo e inclinación proceden de alguna causa, y ésta de otra, en una continua cadena (cuyo primer eslabón se halla en la mano de Dios, la primera de todas causas), proceden de la necesidad. Así que a quien pueda advertir la conexión de aquellas causas le resultará manifiesta la necesidad de todas las acciones voluntarias del hombre”.

La sujeción al poder civil, aunque impone obligaciones y crea ataduras, no elimina la libertad (si bien la limita ahora la ley civil y la poderosa coacción que ejerce la espada), y en última instancia descansa en nuestra libre opción por construir el Estado (y corresponsabilizarnos por ello). Siempre podríamos no aceptar su protección y amparo, quedando en estado de naturaleza y con derecho a todo, esto es con la libertad natural que nos es propia.

Obligación y libertad no pueden coexistir respecto a una misma cosa: “derecho es libertad: concretamente, aquella libertad que la ley civil nos deja. Pero la ley civil es una obligación, y nos arrebata la libertad que nos dio la ley de naturaleza. La naturaleza otorgó a cada hombre el derecho a protegerse a sí mismo por su propia fuerza, y a invadir a un vecino sospechoso, por vía de prevención; pero la ley civil suprime esta libertad en todos los casos en que la protección legal puede imponerse de modo seguro”.

Habiendo Estado, este preserva siempre (sabemos que es eterno en la intención de los súbditos) una libertad sin límites (que puede tener como consecuencia, según vemos todavía hoy en día en las noticias, la violenta agresión entre Estados y su destrucción; un estado de guerra no necesariamente siempre manifiesto pero sí latente).

Paradójicamente, Hobbes parece sostener que la libertad natural del hombre es quien lo impulsa (le hace tan prudente como necesario) a encontrar un modo de vivir sujeto a un poder soberano, a someterse voluntariamente a una autoridad que no es la propia (aunque sea él quien la co-instituye). Peor que la servidumbre voluntaria sería para los seres humanos la total ausencia de una autoridad común que nos permita convivir y prosperar, preservando el mayor número de vidas.