El Estado según Hobbes

El Estado según Hobbes

por Rodriguez Arturo -
Número de respostas: 0

Hobbes formula su teoría con el propósito de contribuir a establecer y/o restablecer la paz, de hacernos comprender que tenemos que construir un orden social que posibilite la convivencia y que, en ausencia de una autoridad que nos someta a todos, no sería, a juicio de Hobbes (que hace alusiones a muchos ejemplos de esto, inclusive de su propio tiempo y circunstancias) convivir en paz.

Sin autoridad compartida (y Hobbes propone que esta autoridad se elige o acepta [otra forma de la elección] por los propios gobernados, no la determina Dios ni se funda en la costumbre o tradición) no hay vida social posible para los seres humanos, que tendrán entonces (cada quien) derecho a todo, que es un derecho de naturaleza = “la libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder como quiera, para la conservación de su propia naturaleza, es decir de su vida”.

La sociedad entre seres humanos requiere la obediencia a una autoridad consentida y acordada que unifique nuestras conductas, pues por naturaleza cada quien actúa desde una perspectiva estrictamente personal y discorde y no está dispuesto a ceder su punto de vista y deseos ante nadie. 

De ahí que el estado de naturaleza sea también de guerra y que la única alternativa sea construir (y solo los seres humanos lo pueden hacer, en cada instancia, diríamos que hasta todos los días) las instituciones que permitan la convivencia y nos protejan: el Estado o Leviatán.

Al estado de naturaleza lo deduce de las pasiones del hombre; de las inclinaciones naturales de los seres humanos que, conociéndolas, nos permitirán formar un adecuado orden político. Sirve básicamente para determinar las razones, los propósitos o los fines por los cuales los humanos forman sociedades políticas.

Esa es la “visión” de partida que propone Hobbes, a partir de un conocimiento logrado por introspección sobre la que todos los seres humanos tendríamos por común naturaleza, no sujeta a evolución histórica. Las pasiones humanas son siempre las mismas, sostiene, y explican nuestra insociabilidad. Pero hay algunas pasiones que nos permitirán encontrar una salida, si nuestra prudencia las complementa. Hobbes menciona en particular (entre las pasiones que inclinan a los hombres a la paz) al “temor a la muerte, el deseo de las cosas que son necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo”.

Quizá les ayude a aclarar la posición de Hobbes esta cita de un libro de Umberto Bobbio (1909-2004), muy influyente filósofo, jurista y politólogo italiano:

El pensamiento político de todos los tiempos está dominado por dos grandes antítesis: opresión-libertad y anarquía-unidad. Hobbes pertenece decididamente a la facción de aquellos cuyo pensamiento político se inclina por la segunda antítesis. El ideal que defiende no es el de la libertad contra la opresión, sino el de la unidad contra la anarquía”.

El propósito de Hobbes es, entonces, proponer una ciencia política (apoyada, entre otras patas, en un análisis lógico-deductivo) que haga posible la eliminación o superación del peor de los males que afecta a la humanidad: la guerra (y cabría reflexionar muy atenta y cuidadosamente acerca de esta valoración hobbesiana, incluso en nuestra época, en estos días y a partir de la mera lectura de las noticias).

El siempre competitivo individuo codicioso (y eso seríamos hasta que estemos muertos) que presenta Hobbes acordará pactar haciendo uso de su razón natural (que descubre preceptos o normas generales prudenciales, a las que llama Hobbes leyes de naturaleza) y a impulso de las ya mencionadas pasiones “pacificadoras”.

Hobbes fue directo partícipe de la renovación de la por entonces llamada “filosofía natural”, en el momento que, innovando en sus métodos y mediante experimentación y/o cálculo, empieza a evidenciar la capacidad humana de “dominar la naturaleza” o de explicar y hasta anticipar fenómenos. 

Su ciencia política de alguna manera es el traslado de esa nueva metodología (que estaba dando sus primeros y esperanzadores resultados) al ámbito de la moral y la política (a la filosofía civil o política). Si se aplica, Hobbes confía, se erradicará la guerra o se sabrá lo que hay que hacer (o evitar) para extinguirla, en particular la guerra civil.

Si Moro, cuya Utopía ustedes leyeron, da cuenta de opiniones políticas (extremadamente críticas hacia las prácticas e instituciones de su propia época) en esa forma de ficción que, a partir del título de su libro, llamamos utopías, recurriendo a la ironía, la ambigüedad y las paradojas, entre otros motivos para evitar las muy peligrosas consecuencias de cualquier crítica que se ejerciere directamente, Hobbes hace otro tanto mediante la abstracción, un planteo lógico deductivo que (aparentemente) se aparta de los casos concretos y contemporáneos. A pesar de esta precaución suya, como saben, fue perseguido, alternativamente, por todos los bandos.

Construir el marco de una convivencia pacífica entre humanos (naturalmente inexistente) es su obsesión, y hasta podemos decir que a altísimo precio pues Hobbes llega al extremo de decirnos que si bien “en materia de doctrina nada debe tenerse en cuenta sino la verdad” cabe al poder soberano ser juez de opiniones y doctrinas (de cuáles conducen y cuáles no alejan de la paz). Y todavía más, nos propone (evidenciando una vez más la enorme preocupación que lo mueve), como principio general, que si una “doctrina está en contradicción con la paz, no puede ser verdadera”.

Afirma que es posible mejorar la construcción de las instituciones de la convivencia colectiva mediante el estudio racional (y que eso ocurrió en la historia): “mucho tiempo después de que los hombres comenzaran a construir Estados, imperfectos y susceptibles de caer en el desorden, pudieron hallarse, por medio de una meditación laboriosa, principios de razón, que hicieran su constitución duradera (excepto contra la violencia externa). Y estos son los principios que me interesaba examinar en este discurso”.

Por eso su teoría se propone partir de unos pocos principios evidentes para arribar a las consecuencias mediante el empleo del cálculo racional, del análisis deductivo. Este es el aspecto medular de la teoría hobbesiana, al que el autor suma, para reforzar las conclusiones, también su capacidad literaria (la contundencia de las imágenes, metáforas y comparaciones, el ritmo y disposiciones de su prosa) y un meticuloso análisis interpretativo de los textos religiosos.

El estado de naturaleza que propone y del cual parte no es empero, el propio autor así lo escribe, una mera ficción. Puede siempre hacerse realidad histórica y está continuamente presente, observa Hobbes, si miramos a la relación entre los Estados (“la ley de las naciones y la ley de naturaleza son la misma cosa y cada soberano tiene el mismo derecho, al velar por la seguridad de su pueblo, que puede tener cualquier hombre en particular al garantizar la seguridad de su propio cuerpo”).

Pero incluso nuestra conducta cuando estamos integrados a un Estado da cuenta de la ausencia de confianza mutua que nos caracterizaría y de una continuada precaución (inclusive en el interior de nuestros hogares y ante nuestros propios padres, hermanos, novias y novios).

Por tanto Hobbes nos ofrece una legitimación racional del poder etático, sea por institución o conquista (contrapuesta con la situación de caos que conllevaría la ausencia de ese poder). Y lo que realmente se nos presenta como una especulación ficcional, pero necesaria para fundar sólidamente la legitimación de la autoridad del poder soberano y sus facultades, es el caso del Estado por institución (que son y serán siempre escasos ante la alternativa de la adquisición o conquista, que está en el origen de la mayoría de los Estados).