El choque de perspectivas que seguramente advirtieron al leer estos dos libros, que aparecen en la segunda década del siglo VXI, al que los historiadores suelen presentar como un comienzo del mundo moderno (o de la historia moderna), va en todo caso impregnado de recurrencias y referencias al pasado y lo que se toma por pintura de un tiempo anterior está impregnado de anhelos para el futuro. Tal hábito de calificar o asignar prioridades (si es medieval, moderno, etc.) es en realidad inconducente o impropio, Utopía y El príncipe, siendo escritos tan dispares, se acercan en más de un pasaje y los dos concuerdan en propugnar una expectativa esperanzada, aunque jamás se dé por cierta. El optimismo, ya lo dijimos, parece signar el escrito del cristiano (Moro) y el pesimismo el del neopagano (Maquiavelo).
Ambos autores por diversa vía corrían, sin adivinarlo del todo pero columbrándolo cada vez más, a destinos aciagos, violento en el caso de quien aspiró a una armónica convivencia pacífica entre paisanos (fue degollado).
Ambos se ocuparon de las fuentes en que nace la virtud y de los fundamentos del mal, los dos creyeron que el buen y mal gobierno eran temas que merecían la más alta atención, si bien concibieron remedios muy distintos y hasta usaron los términos con diferente significado y connotación.
Maquiavelo evita, pero no siempre, la condena, pues se preocupa por la descripción, según nos dice él mismo, no sin trampa, de la verdad efectual y útil; Moro y Hitlodeo, en su obra de ficción aparentemente inútil, contraponen modos alternativos para censurar una realidad que les disgusta (se trata de un libro correccional) y que sería factible cambiar, si bien la inversión del modelo implica una radicalidad que, por lo menos, choca con los intereses de todos aquellos que tienen poder y están apegados a su vicios.
No se puede concretar sino en esa isla perdida y para sus habitantes, que asumieron esos modos naturales y desconocen las convenciones inglesas (otra isla, pero menos feliz), las desdeñan y rechazan (pero no a todas).
Entre ambos conformarían modos aún vigentes de abordar el fenómeno del poder, en los albores de transformaciones que, suponemos, ayudaron a conformar instituciones con las que todavía convivimos.