Maquiavelo elaboró su manuscrito (y lo entregó a un miembro de la familia gobernante que le quitó su empleo, mandó apresar, torturar y expulsar de la ciudad) con el propósito (entre otros) de obtener un empleo en aquellas funciones de asesoramiento político o de gobierno en las que se había entrenado y por las que sentía un notorio interés. No creo empero que este propósito les resulte incomprensible, si se ponen en la situación de quien queda sin ingresos ni función social. Podría ser su manuscrito, en todo caso, una muy perdurable presentación de competencias o capacidades, al modo que hoy suele hacerse en los llamados currículum que se entregan a posibles empleadores. Pero literaria y teóricamente más ambiciosa de lo que ocurre hoy en día...
Como todos ustedes saben, no recuperó su empleo, si bien con el tiempo miembros de la familia Médici le asignaron tareas historiográficas y otras menores, lo que también le ocasionará nuevas desdichas.
El propio Maquiavelo hará acto de contrición por sus excesivas adulonerías ante los Médici y, en la dedicatoria de lo que muchos estudiosos actuales consideran como su mayor obra de teoría política (Discursos sobre la primera década de Tito Livio), dirigiéndose a tres amigos, escribirá:
“Aceptad, pues, esto como se aceptan todas las cosas de los amigos, teniendo más en cuenta la intención del que regala que la cosa regalada, y creed que me satisface pensar que, si me equivoqué en muchas circunstancias, no he incurrido en error al preferiros a todos los demás para la dedicatoria de estos discursos míos, tanto porque haciéndolo así paréceme mostrar alguna gratitud por los beneficios recibidos, como por apartarme de la costumbre en los escritores de dedicar sus obras a príncipes, cegándoles la ambición o la avaricia hasta el punto de elogiar en ellos todo género de virtudes, en vez de censurarles todos los vicios.
Para no incurrir en tal error he elegido, no a los que son príncipes, sino a quienes por sus infinitas buenas cualidades merecen serlo; no a los que pueden prodigarme empleos, honores y riquezas, sino a los que quisieran hacerlo si pudiesen; porque los hombres, juzgando sensatamente, deben estimar a los que son, no a los que pueden ser generosos; a los que saben gobernar un reino, no a los que, sin saber, pueden gobernarlo”.