Dado que algunos empezaron ya a leer Utopía, lo que nos parece muy bien dado que dispondremos siempre de muy escaso tiempo, les adelanto unas primeras anotaciones.
Una reiterada objeción a los proyectos utópicos, que recayó también en
el de Moro, refiere a su excesiva intención y propósito regulatorio, incluso a
la pormenorizada reglamentación que conllevarían y que se entiende incompatible
con la variabilidad o espontaneidad de la vida, un corsé inaplicable que no
puede contener al torrente vital ni sus avatares, salvo en la ideaciones de los
hombres que construyen sistemas.
Pero a pesar de esto nuestra contemporaneidad actual se caracteriza, cada vez más, por el despliegue de enormes (y no siempre ineficaces) burocracias privadas y públicas, nacionales e internacionales, que regulan, sistematizan, planifican, estandarizan, realizando en la vida de todos (ya no solo en una isla inubicable sino en el entero globo terráqueo) algunos de aquellos planteos moreanos, que constituyen hoy la trama no siempre advertida pero jamás ausente en la que los individuos actuamos.
Los urbanistas y sociólogos actuales, entre tantos otros, han descrito y teorizado esta reducción mayúscula de la diversidad en la que estaríamos envueltos desde hace al menos dos siglos, y que se hace presente en las redes de transporte, en las informáticas, en la reiteración de paisajes transformados por ingenieros y arquitectos, en prácticamente todos los ámbitos y actividades (con buenas y malas consecuencias entremezcladas).
Acaso puede haber tenido razón el ya mencionado historiador Berlin al sostener que habría sido el escritor florentino alguien capaz de develarnos, a la vez, el insuperable pluralismo de los valores (de allí el escándalo que produce todavía su lectura), que además pueden muy bien ser incompatibles, que frecuentemente lo son, y de exponernos sin disfraces las exigencias rigurosas de la esfera de lo político, donde la eficacia se premia y su opuesto puede ir acompañado hasta de la extinción.
Esa superación del monismo y atención a las consecuencias de nuestros actos de poder no fueron, en todo caso, ninguna de las dos, advertidas por los interlocutores de Amberes que aparecen en el libro de Moro, preocupados por dar con hombres sana y sabiamente gobernados (en contraste con las ciudades, pueblos y naciones de Europa en las primeras década del siglo XVI). Al menos ellos se imaginaban que lo bueno y verdadero sería unívoco y uno, lo que les facilitó la construcción de un mundo armónico, aunque tolerante con algunas opciones individuales (eventualmente mucho más de lo que ocurría en las sociedades entonces contemporáneas) y con formas de libertad (tiempo libre, culto religioso según la propia conciencia, satisfacción sensual y espiritual) desconocidas para la mayoría de los europeos de ese siglo
Pero si no se manifiesta en esta otra obra tan aguda conciencia del conflicto moral y de que las consecuencias de las decisiones y acciones (pero también de la falta de decisiones y la inacción) inevitablemente producen víctimas y daños, no por ello rehúye tratar de manera muy original (y precursora) muchos dilemas.
Por ejemplo, quizá adviertan que el de la eutanasia es uno de los asuntos o dilemas morales que en la obra de Moro se presentan y para los que se proponen soluciones que eran muy osadas u originales. Se enmarca ese tema en la descripción de la esmerada atención que a los enfermos se brindaba en Utopía, según cuenta el marino portugués Hitlodeo: atención hospitalaria, provisión de medicamentos y alimentos, cuidados y consuelo, visitas.
Pero cuando los males de salud son incurables y van acompañados de mucho sufrimiento (“privado(s) de los bienes y funciones vitales; que está(n) sobreviviendo a su propia muerte; que [son] una carga para sí mismo y para los demás”), sin dejar de dedicarles todos los cuidados antedichos, magistrados y sacerdotes procuran hacerles ver a estos moribundos que podrían liberarse (y les aconsejan en tal sentido) aceptando la muerte.
Esto es, se los procura convencer que esa sobrevida de tormentos (tan distante de los naturales placeres de la vida de los que disfrutan los utopianos saludables) puede terminarse por la propia voluntad del paciente (dejar de alimentarse o tomar algo que induce sueño, dejarse morir). Se trataría entonces de una muerte no censurada y “honorable”, que los sacerdotes justifican como piadosa: “Pero no eliminan a nadie contra su voluntad, ni por ello le privan de los cuidados que les venían dispensando”.
Esto es, se trata de una opción para dejar de sufrir en el marco de una sociedad (la de Utopía) que hace de los placeres naturales el bien al que los utopianos aspiran y que está a su alcance.